“Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre una llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad.” Juan Rulfo, Pedro Páramo
Marco vive en Venecia y, en una oportunidad que tuve de ir, se dio a la tarea de acompañarme en mi encuentro con la ciudad. Mi sorpresa fue su vibrar. Se admiraba casi como yo. Ambos accedíamos ante la emoción de su expectativa cuando proponía el siguiente destino. Era evidente que las cosas eran distintas a como él las recordaba: personas, colores, usos de los espacios, tamaños, vegetación, lo que ya no estaba o había dejado de suceder, lo que era claramente igual pero se veía distinto… Habían cambiado él y el espacio (físico y en su dinámica), bella multiplicación que abre posibilidad de reencuentro. Era claro, hacía tiempo que no ¨turisteaba¨ su ciudad. Y yo pensaba: ¡PERO ES VENECIA!
A partir de ahí comencé a observar a las personas en su entorno y llegué a tres conclusiones: la primera es que pocos viajan su ciudad, nos envuelve la cotidianeidad y los hábitos; la segunda es que no importa si la ciudad es considerada turística o no, los habitantes en mayor o menor medida comparten el comportamiento (es decir, lo mismo la Ciudad de México que Culiacán o Milán); y por último, que cuando se presenta la oportunidad, los reencuentros sorprenden.
El viajero se mueve de su espacio geográfico habitual motivado por diversos fines. No encuentra, busca (como los amorosos de Sabines).
Cuando nos encontramos en un entorno nuevo por interés, abrimos un poco más nuestros sentidos. Nos disponemos a recibir. Somos curiosos, perceptivos, amables ante las diferencias. Reconocemos similitudes. Preguntamos. Cuando viajamos, normalmente es así. Entonces, ¿por qué no viajar nuestra ciudad?
León y yo llevamos un año de reencuentro. Ambos crecimos y cambiamos. Enamoramiento. Me encanta. Lo vivo, lo disfruto, lo presumo… sus espacios se me revelan.
Me encontré una jacaranda hermosa en el Parque Hidalgo, el Bum Bum en el Barrio Arriba, la Madero, la oferta cultural, el respeto a nuestra identidad (cuchilleros, zapateros, curtidores, textileros, conspiradores, bicicleteros), los Almuerzos Mexicanos, un nuevo edificio de departamentos a base de contenedores en la salida a Lagos, nuestro Arco y su León que funge de puerta… invita al corazón, mi familia transformada, las guacamayas, Vanessa, la casa de mi abuela, el movimiento ciclista de los miércoles (y mi bici Benotto 72), las quesadillas del mezquitito, la Pollita, mi universidad, mi escuela primaria ¡que ahora es la de mis sobrinos!, la Patiña, El Forum, las hamburguesas de los cuñaos, la banda que corre, la Josefa Ortiz de Domínguez, el Parque Metropolitano, la cebadina, la sabiduría que tienen ahora los amigos de mis papás, el IMAX, los tacos de Don Luis, Plaza de Gallos, el Parque de Valle del Campestre, el fut, el Templo de la Paz, el teatro… los que llegaron y los que ya no están. Las increíbles personas que he conocido y reconocido en los últimos meses… mi León generoso.
Propongo redescubrir nuestros espacios. Reforzar nuestra identidad aceptando el entorno, involucrándonos con su cambiar. La experiencia será distinta por el simple hecho de que el tiempo pasa. Cambia el contexto pero, sobretodo, cambiamos nosotros y con esto, nuestra percepción. Dejarnos sorprender y reconectarnos es menester.